Nunca sabrás hasta dónde te puede sacudir la vida, sino hasta que te quiten la alfombra bajo los pies. Caerse siempre duele: ver todo tu mundo girar al revés, perder el centro, presenciar tu propia torre caer…
Hay sombras que de pronto abruman, noches que llegan sin aviso y ninguna luz que permita volver a mirarte sin temor. Entonces preguntarás: ¿por qué? ¿y ahora? Pero no tendrás respuesta alguna.
Necesitarás el abrazo demorado, el roce de la mano encogida, el cuerpo que huye de tu pena sin que lo puedas detener.
Después empezarán a cerrarse las puertas, mutará la gente a la que amabas y todo tu mundo cambiará de piel. Perderás la sonrisa y el deseo. Tus alas se desplomarán.
Cuando eso pase, podrás atisbar con otros ojos: verás el mundo sin el velo blanco, verás a las personas y a la vida como en realidad son. No habrá santos en tu altar, ni ángeles ni príncipes, solo un hueco donde cabes tú mismo/a, solo un nido para reposar tu herida justo antes de volver a empezar.
No todo era “bonito”, como dijeron. Los héroes fallecen o caen de sus sillas y tu ilusión muere con ellos. Tu percepción del sueño se transmuta en otra realidad. Te darás cuenta de dónde estaban las mentiras, dónde estaba la luz que antes no podías mirar. Cuando aprendas a abrir los ojos, cuando las lágrimas ya no sean parte de tu identidad, por primera vez verás el mundo con ojos nuevos y amarás desde la verdad.
Por Jael Uribe #jaeluribe
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